sábado, 28 de marzo de 2009

TRES HOMBRES CONTRA LA PACHA MAMA: ASCENSO AL NEVADO DEL RUIZ

(Publicada originalmete en la revista El Caminero N° 5)
A 5.100 metros sobre el nivel del mar falta el oxígeno, el frío se mete hasta los huesos y las piernas se hunden hasta las rodillas en la nieve, tan brillante por el reflejo de la luz del Sol que es obligatorio usar gafas oscuras. La ropa está mojada, y el corazón se quiere salir del pecho. Pero al ver el paisaje desde el volcán Nevado Del Ruiz, y se aprecia el Cráter de La Olleta, el chalet a 4.800 metros, la nieve que se mezcla con las laderas de tierra y roca del volcán y las montañas aledañas. Uno piensa simplemente “Esto lo repito”.

Mis dos compañeros y yo solo podemos tomar fotos del paisaje y afirmar “Valió la pena”. El Nevado del Ruiz es un volcán, tiene una altura de 5.389 metros sobre el nivel del mar, lo que equivale 12 veces a la altura del edificio más alto del mundo, las Torres Petronas en Malasia. La sensación de triunfo nos llena, pues de 24 que llegamos en la buseta a los 4.800 metros, solo nosotros tres conseguimos llegar a lo más alto. Si no subimos los 289 metros que faltaban para la cima fue porque no nos dejaron debido a las condiciones climáticas.

Recomendaciones
Para llegar al Nevado hay que ingresar al parque Nacional Natural los Nevados, que tiene un área de 58.300 hectáreas. Además del Nevado Del Ruiz, también se encuentran allí otros volcanes: el de Santa Isabel (4.950 metros) y el Paramillo de Santa Rosa (4.600 mts.) que permanecen inactivos; el Nevado del Cisne (4.700 mts.) y remata la cadena volcánica el Nevado del Tolima, a 5.200. La entrada al parque es económica, para niños y estudiantes con carnet es a mitad de precio.

En la entrada del parque se nos da, en conjunto con otros turistas, una inducción general en la que se nos explican las generalidades del Parque, como su extensión, los volcanes que contiene, y algo de historia. El guía comenta jocosamente “El parque es un santuario de cóndores, que están declarados en vía de extinción, y que son básicamente aves carroñeras. Entonces si a alguien le pasa algo, lo ponemos por allí donde comen los cóndores…” Todos reímos. Pero sabemos que es un asunto muy serio. Hay que seguir el sendero y no tratar de abrir otros caminos, pues hay grietas ocultas bajo una espesa capa de nieve.

El ascenso no es fácil, y si no se hace caso de las recomendaciones se puede terminar en el fondo de una grieta de hasta 30 metros, en una ladera del Nevado del Ruiz, lo que es casi lo mismo que decir “Adiós mundo cruel”. La profundidad de las grietas, el frío y el hielo pueden convertir un simple descuido en la muerte, según nos explicaría mas tarde, en la cima, uno de los guías. Se recomienda además no consumir chocolates, bebidas hidratantes, bebidas energizantes, ni chupar confites mientras se asciende. Pues según explicó nuestro guía Felipe, “contrario a lo que se cree, estas no dan energía instantánea y solo distraen al cuerpo de la función que debe tener allá arriba mientras se sube, que es la captación de oxígeno. Entonces el cuerpo no sabe si digerir el azúcar y los carbohidratos o respirar, y no hace ninguna de las dos bien”.

Inicia el ascenso
La buseta nos lleva hasta 4.800 metros. Una ventaja de estar en invierno es que hay nieve incluso a esta altura, y a los lados de la carretera. Es un consuelo para aquellos a quienes el soroche no deja subir. El soroche es el mal de montaña, consiste en mareo, debilidad y en algunos casos vómito. “Nadie se ha muerto de soroche, pero si se siente mal avise”, comenta Felipe. Hay un terreno donde parquear los carros y un pequeño chalet donde los que caen en manos del soroche se sientan a descansar y a recuperarse, además el chalet que vende alimentos y presta servicio de baño. El camino hacia arriba es un sendero en tierra, que lentamente desaparece bajo la nieve a medida que asciende. La Bandera de Colombia, a 4.850 metros, es la primera meta.

Comenzamos, no sin antes ponernos un suéter de lana, una chaqueta impermeable, gorro de lana y guantes. Además de las gafas oscuras, preferiblemente aerodinámicas, pues la nieve refleja la luz del sol y lastima los ojos. Felipe nos recalca esta parte “Si no tiene gafas no lo dejo subir, porque una cosa es subir ahogadito recuperándose y otra es joderse los ojos permanentemente”. Luego de abrigarnos bien, comienza el ascenso. 50 metros no es nada, piensa uno. Pero subirlos a esta altitud, con la falta de oxígeno, los convierte en mucho. Las 24 personas de la buseta nos dividimos en grupos. Comenzamos el ascenso un grupo de seis personas.

Con esfuerzo y dos paradas a descansar, llegamos a la bandera. Una compañera se queda en el camino, el asma no la deja. Hay una fila de turistas que quieren tomarse fotos con la bandera. Pasamos de largo. Ya nos tomaremos las fotos cuando bajemos. A mi me da un ataque de locura, quizá por la falta de oxígeno, y decido tomarme una foto sin camisa, con la bandera al fondo, y otra tirado en la nieve. Todos nos reímos de la ocurrencia, que cuando mucho duró 2 minutos. El frío casi quema la piel.

Poniendo metas
Continuamos subiendo, y con lentitud vamos poniéndonos metas. “Hasta el palito que sigue” Comenta Daniel, un joven cartagenero que nos acompaña en la buseta. Los palitos son indicaciones, pequeños letreros en madera que dan información sobre altura, temperatura y otros datos.

Al llegar a 5.000 metros, otros dos compañeros dicen “no doy mas”. Quedamos solo tres: Daniel (un joven proveniente de Cartagena), Jarley y yo. Daniel comenta medio en serio, medio burlón “Que vaina, mi amigo estaba todo entusiasmado, y él ya había subido… ¡Y lo peor es que ésta es la cámara de él!” Los tres nos reímos, lo que nos hace descansar antes de llegar al siguiente “palito”.

Superamos los 5.000 metros. A esta altura ya la medida no es cada palito, sino hasta donde los pulmones y el corazón de cada uno den. Las piernas se hunden hasta las rodillas en la nieve, pues el día anterior hubo nevada. Jarley va adelante, y a la retaguardia va Daniel. Yo en el medio. La niebla va y viene por las laderas, como si quisiera ahuyentarnos. Ofrece una visión majestuosa. Somos solo tres hombres desafiando a la Pacha Mama, (nombre indígena de la Madre Naturaleza, y como la llamara la guía ubicada en el Valle de las Tumbas, 500 metros mas abajo) retando al frío, al viento, al sol, y a la nieve suave que se hunde bajo los pies y nos hace resbalar; armados solo con nuestro abrigo y yo con un bastón de aluminio.

Mientras subimos, bajan de la cima dos soldados del Batallón de Alta Montaña, protegidos del frío solo con bufandas y guantes. Siento un escalofrío. Estos jóvenes no pueden tener más de 25 años. Uno de los factores que ha aumentado el turismo en todo el país es precisamente este, el aumento de la seguridad. En el Parque Nacional Natural de Los Nevados, en los primeros 15 días de enero de este año, hubo 59.455 visitas, un aumento del 18.62% con relación a la misma fecha el año pasado. Los tres sentimos un arranque de patriotismo al ver a estos jóvenes. La foto con ellos es obligatoria.

“No se puede subir más”
Con los dos pares de medias mojadas, el jean mojado hasta las rodillas, el corazón a punto de salirse del pecho, los ojos irritados pese a las gafas por el brillo de la nieve, y los pulmones encogidos, llegamos a los 5.100 metros. El guía, un hombre joven, con barba poblada y cabello al estilo rasta, contempla el horizonte. Nos mira y nos dice amablemente, “muchachos, no se puede subir mas de acá, la nieve está demasiado blanda y puede ser peligroso.”

Miramos hacia abajo. Nos miramos. Sonreímos. Ningún otro compañero de la buseta subió tanto. El guía, como todos los demás guías del parque, lleva una chaqueta naranja brillante. A su lado reposa un morral con implementos y clavados en la nieve, dos bastones de trekking, largas varas de aluminio con punta, que sirven de apoyo para subir y bajar laderas. En su chaqueta lleva un parche que lo identifica como guía. “Nosotros los guías llevamos 14 años acá en el parque, antes era una cosa del Parque pero con las concesiones ahora somos contratados por la Alcaldía de Manizales”. Descansamos un rato, admirando el paisaje. La nieve y la roca se entremezclan formando surcos y figuras. La niebla aparece una vez más, pero se va rápidamente.

Sonrientes comenzamos el descenso, mientras el guía se queda parado sobre una roca, imperturbable, observando el horizonte, como si fuera una especie de Dios de la Montaña. Nosotros cometemos el error de bajar demasiado rápido. Lo que nos demoró aproximadamente tres horas en subir lo bajamos en 20 minutos. El dolor de cabeza y pies, aunque leve, aparece. Sonreímos. La idea era subir, y lo conseguimos. Con expresiones de triunfo llegamos de nuevo a los 4.800 metros, donde nuestros compañeros nos esperan en la buseta. “Llevamos como dos horas esperándolos” Comenta una compañera. Los tres respondemos en coro “5.100 mija, 5.100.”

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