jueves, 5 de julio de 2012
MI HIJO ES UN GATO
jueves, 14 de octubre de 2010
REPOSITORIO DE RECURSOS
Saber Inglés: comprensión de lectura
English Club: Gramática Inglesa
Mansion Inglés: Curso Online
Language Guide: guía de vocabulario
Jugar y Aprender: comprensión lectora
Yappr, Videos
martes, 19 de enero de 2010
“¡LISTO! QUIEREN ALGO DURO…”
Son las 10 de la noche. El Parque Obrero de Itagüí está a reventar, pese a la llovizna que no para. Camisetas negras, jeans, botas, cabellos largos o parados en crestas, manillas y taches son lo normal. Mi primo Andrés y yo llegamos a ver a Gato Negro, una banda de Hard Rock que se presenta con motivo de las fiestas de Itagüí.
Mientras termina de tocar la orquesta de salsa que está en tarima y sube Gato Negro al escenario, nos tomamos una cerveza, pagada por Andrés, que nos ofrece un niño que lleva un balde en el que además de cerveza, carga agua y gaseosas en medio de mucho hielo.
Entretanto la orquesta de salsa va desmontando sus instrumentos, y nosotros, accidentalmente, nos encontramos con Sebastián, otro primo. Irrelevante del parentesco entre nosotros tres, todos los jóvenes (y las jóvenes) que esperamos a Gato Negro, y que llenamos el parque nos vemos casi iguales: camisetas negras de bandas como Therion, Slayer, Sepultura y Black Sabbath. Andrés lleva una de Iron Maiden con la carátula del álbum Killers. Sebastián lleva una de Dimmu Borgir, una banda noruega de black metal. Yo llevo una de Metallica, con los miembros de la banda.
Todos estamos de jeans, algunos de los muchachos llevan botas, pero casi todos estamos de tenis estilo Skate. Las manillas de cuero, con o sin taches parecen una característica general. Y como si se tratara de dos familias, están los de crestas, los punks; y los de cabello largo, metaleros, entre los que nos encontramos Andrés, Sebas y yo.
Nos separamos de Sebas y lo dejamos con su grupo de amigos cuando Gato Negro sube a la tarima. Son cinco hombres que rondan los treinta años, que alistan sus instrumentos y ensayan acordes simples mientras sonríen. Se presentan y comienzan a tocar, a eso de las 10:15.
Andrés me mirá y me grita, en medio de la canción de The Doors “Parce, ¿nos arrimamos pa’ ver bien al guitarro?” Andrés toca guitarra y le interesa ver la técnica de este músico. “Hágale llave” le contesto. Mientras nos acercamos, abriéndonos paso entre la multitud, la banda termina la canción. “¡¿Quieren algo duro?!” pregunta el vocalista y le apunta al público con el micrófono. “¡¡¡SIIIIII!!!” Gritamos todos. Las manos con el signo del rock (el índice y el meñique levantados) se elevan.
“¡Listo! Quieren algo duro… – el vocalista sonríe maliciosamente – Entonces ahí les va, ja, ja, ja… esto es de Queen… ¡Stone Cold Crazy!” Andrés y yo, que a este punto estamos a menos de un metro a la tarima, nos miramos. Solo alcanzamos a decir una palabra: “Mierda”. En menos de un segundo pierdo de vista a Andrés en una marejada de golpes. Estamos en el centro de un pogo.
Se ven cabellos revueltos y violencia por todos lados. Estoy solo, y a codazos y cargazos consigo mantenerme en pie. La música es irrelevante ahora. Lo único que importa es dar y recibir golpes. Vuelvo a ver a Andrés mientras un punk le da un codazo en la boca. Cuando volteo, otro punk salta de la tarima directo hacia mí. Tiene el cabello verde parado en una cresta, una chaqueta de jean muy sucia, con parches de bandas, y un cojín en las manos. No tengo tiempo de pensar para qué es el cojín porque el tipo me cae encima, descargándome las muñecas en los hombros, sin soltar el cojín. Luego desparece.
De pronto me encuentro en un momento de relativa paz y miro a mí alrededor. Andrés está repartiendo y recibiendo golpes, agarrado de gancho con un muchacho a quien nunca habíamos visto. Hacen un buen equipo de combate. Como si fuera una ola, la muchedumbre se dirige a mí. Me preparo y comienzo a repartir golpes de nuevo. Alguien a mi lado se cae, pero consigue pararse y comienza a repartir golpes de nuevo. Le chorrea sangre de la nariz, y expele un fuerte olor a marihuana. No puedo evitar sonreír, y mientras recibo varios golpes en mis brazos recuerdo una frase que oí alguna vez “Concierto de rock sin Maria Juana no es concierto”.
Se termina la canción. Los de Gato Negro ríen a carcajadas. Los del pogo estamos sudorosos, golpeados y algunos, como Andrés, sangran. “Bueno, bueno… – Dice el vocalista sonriendo – Esto está como bacano, ¿no?” Un rugido ensordecedor surge de nuestras gargantas. “Otra pues… ¡De los Guns ‘N Roses! Welcome-To-The… – JUNGLE! – Contestamos todos gritando. Y comienza de nuevo.
Con los primeros riffs el pogo se mueve en espiral, como una ronda oscura. Conforme la canción va acelerándose, también lo hace la ronda, con ocasionales cargazos y uno que otro caído por efectos del licor, la marihuana, o ambas. Todos nos burlamos pero los ayudamos a parar. La canción llega a su máxima velocidad, más o menos 30 segundos después de comenzar, y algunos valientes se lanzan al centro, con los puños por delante. Todos los seguimos y comienza de nuevo el caos.
Veo como el cojín del punk vuela seguido por una botella de agua. Busco al que las lanzó pero en vez de eso encuentro a Sebas, despeinado, golpeado, con un brazo sangrando, pero sonriente. Nos cogemos de gancho y repartimos golpes a diestra y siniestra, al tiempo que recibimos otros tantos. Cuando termina la canción, Andrés aparece de la nada. Le sangra la boca, pero también sonríe. Yo tengo el brazo derecho adolorido del hombro a la muñeca.
Cuando la banda anuncia la que será la última canción dura, Whiplash de Metallica, los tres nos ponemos espalda contra espalda, formado un triángulo. Ya nos han dado muchos golpes, es hora de devolver el favor. Comienza la canción con una guitarra vertiginosa, y empieza la danza. Nuestra formación no funciona, obviamente, pues tres no podemos contra todo el mundo, pero logramos resistir, más o menos diez segundos; y volvemos a separarnos en medio de los golpes.
Luego de la tormenta...
Luego de que se acaba el caos, Gato Negro anuncia su última canción. Algo mas suave para calmarnos un poco, Knockin’ On Heaven’s Door, de Bob Dylan. Los que estamos más cerca de la tarima nos abrazamos como si fuéramos una gran familia, y comenzamos a volear la cabeza de arriba a abajo y a cantar la canción. Estoy abrazado con dos tipos a los que nunca he visto, y si los vuelvo a ver seguramente nos los reconoceré, pero no importa. No veo a Andrés ni a Sebas, pero no importa. Me duele el brazo derecho, el cuello, los tobillos y los hombros, pero tampoco importa. Solo hay que volear la cabeza.
La canción se termina. Los que están abrazados a mi me sueltan, y yo a ellos. Nos miramos. Nos damos las manos. “Suerte parce,” me dicen. “Suerte”. Y se alejan. Andrés y Sebas aparecen atrás de mí. “¿Y esos manes quienes eran?” – “Ni idea.” Ambos se ríen, y los tres intentamos peinarnos, sin éxito, pues luego del pogo nuestro cabello está totalmente enredado, sudoroso, sucio y huele a… Bueno, una extraña mezcla entre sudor propio, sudor ajeno, marihuana y un poquito de lluvia.
Nos revisamos mutuamente las heridas. Heridas de batalla, dice Andrés riéndose. En cierta medida tiene razón. La boca de Andrés ya no sangra. Tal como imaginé, el codazo del punk lo reventó. El corte que tiene Sebas en el interior del brazo derecho también paró de sangrar. Se lo hizo una muchacha con una uña. Andrés y yo no le creemos. “¡¿QUE?!” – “Sisas, una vieja ahí con unas putas uñas mas largas… Parecía una maldita bruja, jaja”. Yo por mi parte no sangré. Mis contendores no fueron tan brutales. Aunque tengo como siete morados solo en el brazo derecho, y me duelen los hombros.
jueves, 20 de agosto de 2009
LA IGLESIA
Desde afuera
Este templo tiene el color blanco durazno, y da una sensación de calidez en medio del frío dominicano. Al frente, en el atrio, hay dos muros revocados con adornos rojos que la separan del resto del parque. El frontis está adornado con columnas dóricas, un poco más claras que el resto de la estructura. Dos torres cuadradas con vitrales de cruces, y sin agujeros para que salga el sonido de las campanas, dominan la estructura, que consta de cinco puertas de cuatro paneles cada una, adornadas con cruces de color oro en el centro y rebordes del mismo color en los paneles.
Este templo no tiene puertas laterales, al estar ubicado varios metros por encima del nivel de la calle por un lado y tener la casa cural por el otro. Dos de las entradas están a los lados de la fachada, como si custodiaran a las otras tres, que están en el centro de la estructura, un poco mas hacia adentro, en una especie de porche sostenido por dos columnas.
La puerta central es de mayor altura que las otras cuatro, en ella se ven los tetramorfos, símbolos de los cuatro evangelistas tallados y pintados, y distribuidos de manera vertical en las dos alas de la puerta, separados pro una imagen de un barco: El águila de San Juan y el toro de San Mateo en la izquierda; el becerro de San Lucas y el león que representa a San Marcos en la derecha. Y así rodeado por los evangelistas se entra al templo, que tiene la estructura de los templos católicos, tres naves y un altar al fondo. Las naves de los lados no tienen sillas sino imágenes de santos, y funcionan como pasillos.
Nave central: lo tradicional
Al entrar, dos hileras de bancas dan la espalda a la entrada. La nave central, enmarcada por un arco enchapado en madera, está sostenida por columnas dóricas como las de la fachada. La poca luz que entra por los vitrales que muestran a los santos se refleja en los muros, pintados del color de la leche. Estatuas de santos adornan las paredes, al igual que el vía crucis, presente en todas las iglesias católicas del país. Del techo, un entramado de tablas que forman rombos sostenido por vigas, cuelgan lámparas.
El piso es un embaldosado de hace muchos años, se reconoce por su diseño con firuletes verdes y rojos. Si se entra por cualquiera de las dos puertas de los lados del frontis se encuentra con dos escaleras en espiral, una en cada puerta, que se retuercen como serpientes constrictoras y que llevan al segundo nivel, encima del porche de las puertas centrales, donde está ubicado un órgano. Estas escaleras, sin embargo, no son de acceso público, y están cerradas con candado.
En la parte delantera, un par de metros delante del altar, y en una de las columnas del lado izquierdo de la nave central, está el púlpito, una plataforma en la que solo cabe una persona, ubicada a un metro y medio del suelo, con techo gótico de madera blanca y dorada, y una baranda de mármol en la que reza la inscripción JHS, que rodea el lugar donde antaño los sacerdotes leían el evangelio, luego de subir por unas escaleras, también de mármol.
¿Bendición desde el mas allá?
Caminando por la nave izquierda se descubre una nave de tamaño reducido, separada del resto del templo por un muro de máximo un metro de alto, con un monumento en madera en estilo gótico-barroco. En el se encuentran el niño Jesús a la izquierda, la virgen María en el centro y a otra santa, con hábito de monja, a la derecha. Arriba, en el techo, hay un mural. Tres ángeles con coronas de laurel, las alas desplegadas arrojan rosas mientras vuelan delante de unas nubes y aparentemente del Sol.
Abajo en el piso, está a lo que le arrojan las flores: la tumba del presbítero Antonio José Gómez Aristizabal, nacido en 1881, ordenado en 1906, y fallecido en 1974, “Gratitud de la comunidad dominicana” reza la placa de mármol, ubicada delante del monumento de madera. Al frente de dicha placa se encuentra la pila bautismal, una estructura de mármol tallado cubierta con una tapa de bronce coronada por una cruz, como si al bautizar a los niños dominicanos también se pretendiera que Monseñor Antonio los bendijera desde el cielo.
Altar
Al fondo del templo está el altar, enmarcado por dos columnas de mayor grosor que las demás, y coronado por una cúpula. Está un poco más elevado que el resto de la iglesia, separado de la nave central por dos escalas, que tienen baldosas diferentes del resto de la iglesia.
Al fondo del altar está el retablo, una estructura de madera, construida en estilo gótico-barroco, que se evidencia en las terminaciones en puntas y arabescos, así como en el color dorado que contrasta con el de la madera barnizada. Allí hay siete santos. Santo Domingo de Guzmán en la parte superior, encima de La Virgen, Jesús y San José, cada uno en un cubículo. Y como base, otros cuatro santos y el sagrario, una caja de color oro con un dosel del mismo color bajo el que yace una cruz.
La mesa está en el centro del altar, cubierta por un mantel blanco. Un poco mas adelante y a la izquierda está la sede, una silla de madera recubierta con mármol, con un cojín a rayas. Al otro lado, a la derecha, está el ambón, una base de mármol blanco con una incrustación verde, coronado por una estructura del mismo color, en forma de libro, donde se lee la misa.
Al dar la vuelta para salir de a iglesia, desde el altar se aprecia la verdadera magnitud de este templo. Las columnas y arcos gótico-barrocos, los arabescos de las imágenes y el uso del color oro recuerdan la arquitectura de la época de Rembrandt, al igual que la poca luz que ilumina el templo de los dominicanos, reflejo de la tradición gótico-barroca y de la fe de los habitantes del municipio.
EL ÚLTIMO SASTRE
LA MANO DE LA CONCIENCIA
YOSHIAKI KAWAHIRI nació en Yokohama en 1950. Después de graduarse de la Escuela secundaria de Yokohama en 1968, empezó a trabajar en las Producciones de Mushi, la primera y más renombrada compañía de producción de animación de Japón. En 1972, se unió al nuevo estudio de animación Madhouse. Inicialmente, trabajó como artista clave en la animación de la serie de la televisión Ace Wo Nerae (Apunta Para el As). En 1984, hizo su debut como director con Lensman, pero el proyecto que lo catapultó al reconocimiento mundial fue la extremamente exitosa Wild City, que es actualmente uno de los títulos más populares en el mercado del anime americano.
La cinta transcurre en un futuro lejano, donde los vampiros están al borde de la extinción y hay cazadores de recompensas, que los cazan por dinero. D es uno de ellos, pero el ser Dhampir lo hace especial pues es mitad vampiro. Todo comienza cuando Meier Link, el vampiro, rapta a Charlotte, una joven aristócrata. El padre de ésta contrata a D y a los hermanos Markus para cazar a Meier y recuperar a Charlotte, viva o muerta. Sin embargo lo que nadie sabe es que la joven y el vampiro se aman, y bueno, la historia del amor imposible… el caso es que comienza una competencia entre D y los hermanos Markus por la recompensa.
Conciencia zurda
Aunque en ambas cintas aparece, es en la segunda donde tiene más participación, por ello es mejor hacer referencia a esta, además de su calidad gráfica y la variedad y de los personajes. Nadie sabe como D lo obtuvo, de donde vino, si es genética o simplemente un giro del destino. En su mano izquierda vive un organismo parásito que simplemente se llama “mano izquierda” que tiene la forma de un rostro humano y que es, en cierta manera, la coprotagonista del film. Actúa como la voz de la conciencia, aunque a veces es una conciencia incluso más oscura que el mismo D.
Si bien su participación es poca, al ser la voz del sentido común de D, le da consejos, buenos y no tanto, que hacen reír o pensar “la Mano tiene razón”. Ejemplo: al iniciar la cacería, la Mano le advierte a D respecto al “síndrome del calor”, una especie de enfermedad que puede dejarlo “como carne cocida”. O bien pueden ser intervenciones humorísticas, como en la escena donde deben cruzar un desierto lleno de “mantarayas del desierto”, (que son como las marinas pero nadan en la arena y salen de ella volando), en la que la mano exclama “Se que soy un parasito, pero siempre he sido un parásito muy útil”, advirtiéndole a D que es una locura lo que va a hacer. Aunque la Mano tiene su lado… maligno, pues intenta incitar a D a que beba la sangre de Leyla, una cazadora que forma parte del equipo Markus, o haciendo comentarios morbosos ante la posibilidad de que Charlotte y Meier Link conciban a otro niño Dhampir como D.
En definitiva, el segundo personaje, que lleva un hilo conductor de Vampire Hunter D: Bloodlust es la Mano Izquierda, pues sin ella muy probablemente D moriría, por varias razones: Es consejera, es compañera, y se traga hechizos y casi cualquier cosa que pueda lastimar a D. Esas tres razones son suficientes, después de todo, la mano es el sentido común, la conciencia de D, que no es tan malo como parece. O como ella misma dice: “No eres malo, solo te vistes mal”.