jueves, 5 de julio de 2012

MI HIJO ES UN GATO

No quiero tener hijos. No me gustaría tener un niño propio. No me gustan los bebés. No me gusta su llanto, sus berrinches, sus deposiciones, sus ruidos, su alta capacidad para no dejar dormir. No me gusta su niñez inquieta y ruidosa. No me gusta su adolescencia fastidiosa e "incomprendida". Para mi, lo mejor de los niños es que se vuelven adultos.

Hay gente a la que no le gustan los perros o los gatos o los pájaros o las vacas. Hay gente que no le gustan los enanos o los viejitos o las personas de otras razas, lo que no implica que las odien. Yo no odio a los niños, si lo hiciera no podría ser profesor. Me llevo bien con los niños, pero no tanto como para desear uno propio. Quizá usted estimado lector se pregunte "¿Acaso Jonathan no fue niño?" Si lo fui, pero una cosa no implica la otra. Yo se como era de niño, y quizá es una de las razones por las que no quiero tener hijos. Y afortunadamente mi esposa comparte mi desición.

Es por ello que decidimos adoptar. Un gato. Es un criollo (mezclado), atigrado, de ojos amarillos. Lo adoptamos en febrero cuando tenía 3 meses y medio, cuando era pequeño, cabezón, orejudo y parecía un erizo.  Ahora tiene 5, es grande e inquieto, suave y tiene la nariz negra. Se llama Vol'Jin, en honor al Cazador de Sombras Vol'Jin, lider de los trolls Lanza Negra en el videojuego World of Warcraft. Le gusta lamer mi nariz, y acostarse encima de la mamá (mi esposa). Corre por toda la casa a las 10 de la noche, y le gusta jugar con una ex-toalla de cocina. Se despierta a la misma hora que yo (4:30 AM) y me acompaña mientras me alisto para ir a trabajar.

Duerme a nuestros pies, y si las 6:00 AM no nos hemos levantado, se encarga de que lo hagamos. Y no descansa hasta que LOS DOS estemos en tierra, y ahi si se duerme él. Mi mamá ya le dice nieto. Es un confianzudo y juego con cualquiera que entra en el apartamento. es una cosa con pelos muy cool que se instaló en la casa. No llora (mucho), no vomita, no hay que cambiarle el pañal, no daña las cosas, deja dormir, en su adolescencia no se va a deprimir ni a decir que nadie lo entiende, y cuando sea adulto va a ser grande, atigrado y juguetón. Que puedo decir, tenemos un gato que es un hijo. Es genial, está medio loco... y me lame la nariz

jueves, 14 de octubre de 2010

REPOSITORIO DE RECURSOS

Como docente de inglés, uno no se las sabe todas. Aquí hay algunas páginas que he usado y que pueden ser de utilidad si usted también es profe de inglés o si, simplemente, está buscando complementos para su estudio:

Saber Inglés: comprensión de lectura
English Club: Gramática Inglesa
Mansion Inglés: Curso Online
Language Guide: guía de vocabulario
Jugar y Aprender: comprensión lectora
Yappr, Videos

martes, 19 de enero de 2010

“¡LISTO! QUIEREN ALGO DURO…”

Son las 10 de la noche. El Parque Obrero de Itagüí está a reventar, pese a la llovizna que no para. Camisetas negras, jeans, botas, cabellos largos o parados en crestas, manillas y taches son lo normal. Mi primo Andrés y yo llegamos a ver a Gato Negro, una banda de Hard Rock que se presenta con motivo de las fiestas de Itagüí.


Mientras termina de tocar la orquesta de salsa que está en tarima y sube Gato Negro al escenario, nos tomamos una cerveza, pagada por Andrés, que nos ofrece un niño que lleva un balde en el que además de cerveza, carga agua y gaseosas en medio de mucho hielo.


Entretanto la orquesta de salsa va desmontando sus instrumentos, y nosotros, accidentalmente, nos encontramos con Sebastián, otro primo. Irrelevante del parentesco entre nosotros tres, todos los jóvenes (y las jóvenes) que esperamos a Gato Negro, y que llenamos el parque nos vemos casi iguales: camisetas negras de bandas como Therion, Slayer, Sepultura y Black Sabbath. Andrés lleva una de Iron Maiden con la carátula del álbum Killers. Sebastián lleva una de Dimmu Borgir, una banda noruega de black metal. Yo llevo una de Metallica, con los miembros de la banda.


Todos estamos de jeans, algunos de los muchachos llevan botas, pero casi todos estamos de tenis estilo Skate. Las manillas de cuero, con o sin taches parecen una característica general. Y como si se tratara de dos familias, están los de crestas, los punks; y los de cabello largo, metaleros, entre los que nos encontramos Andrés, Sebas y yo.


Nos separamos de Sebas y lo dejamos con su grupo de amigos cuando Gato Negro sube a la tarima. Son cinco hombres que rondan los treinta años, que alistan sus instrumentos y ensayan acordes simples mientras sonríen. Se presentan y comienzan a tocar, a eso de las 10:15. Paradise City de los Guns ‘N Roses es su primera canción. Continúan con The Final Countdown de Europe y luego con Break On Through de The Doors.


Andrés me mirá y me grita, en medio de la canción de The Doors “Parce, ¿nos arrimamos pa’ ver bien al guitarro?” Andrés toca guitarra y le interesa ver la técnica de este músico. “Hágale llave” le contesto. Mientras nos acercamos, abriéndonos paso entre la multitud, la banda termina la canción. “¡¿Quieren algo duro?!” pregunta el vocalista y le apunta al público con el micrófono. “¡¡¡SIIIIII!!!” Gritamos todos. Las manos con el signo del rock (el índice y el meñique levantados) se elevan.


“¡Listo! Quieren algo duro… – el vocalista sonríe maliciosamente – Entonces ahí les va, ja, ja, ja… esto es de Queen… ¡Stone Cold Crazy!” Andrés y yo, que a este punto estamos a menos de un metro a la tarima, nos miramos. Solo alcanzamos a decir una palabra: “Mierda”. En menos de un segundo pierdo de vista a Andrés en una marejada de golpes. Estamos en el centro de un pogo.


Dando y recibiendo... golpes

Se ven cabellos revueltos y violencia por todos lados. Estoy solo, y a codazos y cargazos consigo mantenerme en pie. La música es irrelevante ahora. Lo único que importa es dar y recibir golpes. Vuelvo a ver a Andrés mientras un punk le da un codazo en la boca. Cuando volteo, otro punk salta de la tarima directo hacia mí. Tiene el cabello verde parado en una cresta, una chaqueta de jean muy sucia, con parches de bandas, y un cojín en las manos. No tengo tiempo de pensar para qué es el cojín porque el tipo me cae encima, descargándome las muñecas en los hombros, sin soltar el cojín. Luego desparece.


De pronto me encuentro en un momento de relativa paz y miro a mí alrededor. Andrés está repartiendo y recibiendo golpes, agarrado de gancho con un muchacho a quien nunca habíamos visto. Hacen un buen equipo de combate. Como si fuera una ola, la muchedumbre se dirige a mí. Me preparo y comienzo a repartir golpes de nuevo. Alguien a mi lado se cae, pero consigue pararse y comienza a repartir golpes de nuevo. Le chorrea sangre de la nariz, y expele un fuerte olor a marihuana. No puedo evitar sonreír, y mientras recibo varios golpes en mis brazos recuerdo una frase que oí alguna vez “Concierto de rock sin Maria Juana no es concierto”.


Se termina la canción. Los de Gato Negro ríen a carcajadas. Los del pogo estamos sudorosos, golpeados y algunos, como Andrés, sangran. “Bueno, bueno… – Dice el vocalista sonriendo – Esto está como bacano, ¿no?” Un rugido ensordecedor surge de nuestras gargantas. “Otra pues… ¡De los Guns ‘N Roses! Welcome-To-The… – JUNGLE! – Contestamos todos gritando. Y comienza de nuevo.


Segunda ola de caos

Con los primeros riffs el pogo se mueve en espiral, como una ronda oscura. Conforme la canción va acelerándose, también lo hace la ronda, con ocasionales cargazos y uno que otro caído por efectos del licor, la marihuana, o ambas. Todos nos burlamos pero los ayudamos a parar. La canción llega a su máxima velocidad, más o menos 30 segundos después de comenzar, y algunos valientes se lanzan al centro, con los puños por delante. Todos los seguimos y comienza de nuevo el caos.


Veo como el cojín del punk vuela seguido por una botella de agua. Busco al que las lanzó pero en vez de eso encuentro a Sebas, despeinado, golpeado, con un brazo sangrando, pero sonriente. Nos cogemos de gancho y repartimos golpes a diestra y siniestra, al tiempo que recibimos otros tantos. Cuando termina la canción, Andrés aparece de la nada. Le sangra la boca, pero también sonríe. Yo tengo el brazo derecho adolorido del hombro a la muñeca.


Cuando la banda anuncia la que será la última canción dura, Whiplash de Metallica, los tres nos ponemos espalda contra espalda, formado un triángulo. Ya nos han dado muchos golpes, es hora de devolver el favor. Comienza la canción con una guitarra vertiginosa, y empieza la danza. Nuestra formación no funciona, obviamente, pues tres no podemos contra todo el mundo, pero logramos resistir, más o menos diez segundos; y volvemos a separarnos en medio de los golpes.


Luego de la tormenta...
Luego de que se acaba el caos, Gato Negro anuncia su última canción. Algo mas suave para calmarnos un poco, Knockin’ On Heaven’s Door, de Bob Dylan. Los que estamos más cerca de la tarima nos abrazamos como si fuéramos una gran familia, y comenzamos a volear la cabeza de arriba a abajo y a cantar la canción. Estoy abrazado con dos tipos a los que nunca he visto, y si los vuelvo a ver seguramente nos los reconoceré, pero no importa. No veo a Andrés ni a Sebas, pero no importa. Me duele el brazo derecho, el cuello, los tobillos y los hombros, pero tampoco importa. Solo hay que volear la cabeza.

La canción se termina. Los que están abrazados a mi me sueltan, y yo a ellos. Nos miramos. Nos damos las manos. “Suerte parce,” me dicen. “Suerte”. Y se alejan. Andrés y Sebas aparecen atrás de mí. “¿Y esos manes quienes eran?” – “Ni idea.” Ambos se ríen, y los tres intentamos peinarnos, sin éxito, pues luego del pogo nuestro cabello está totalmente enredado, sudoroso, sucio y huele a… Bueno, una extraña mezcla entre sudor propio, sudor ajeno, marihuana y un poquito de lluvia.


Nos revisamos mutuamente las heridas. Heridas de batalla, dice Andrés riéndose. En cierta medida tiene razón. La boca de Andrés ya no sangra. Tal como imaginé, el codazo del punk lo reventó. El corte que tiene Sebas en el interior del brazo derecho también paró de sangrar. Se lo hizo una muchacha con una uña. Andrés y yo no le creemos. “¡¿QUE?!” – “Sisas, una vieja ahí con unas putas uñas mas largas… Parecía una maldita bruja, jaja”. Yo por mi parte no sangré. Mis contendores no fueron tan brutales. Aunque tengo como siete morados solo en el brazo derecho, y me duelen los hombros.


Sebas coge un taxi para ir a su casa, en el municipio de La Estrella. Andrés me va a dar posada, en el barrio San Pío, así que comenzamos a caminar de regreso a su casa, conversando. Son las 11:45 de la noche, y aunque hace frío, estamos sudando y nos sale vapor del cuerpo. Andrés me cuenta que luego de que dijimos “mierda” me perdió de vista y solo se enfocó en mantenerse de pie, al igual que yo. Después se encontró con Sebas. Del tipo con el que estaba cogido de gancho, no sabe quien es. Ya casi llegamos a la casa. Antes de entrar, Andrés me mira, se ríe y me dice: “Oíste güevón, y a fin de cuentas no vimos al guitarro”.

jueves, 20 de agosto de 2009

LA IGLESIA

En Santo Domingo de Guzmán la Iglesia es el elemento central del parque, como en todos los pueblos. Fue fundado en 1778, y fue erigido municipio en 1814. Su iglesia fue declarada distrito parroquial antes de que la población fuera municipio, en 1811. Está consagrada a Santo Domingo de Guzmán, quien fuera contemporáneo de San Francisco, en el siglo XII.

Desde afuera
Este templo tiene el color blanco durazno, y da una sensación de calidez en medio del frío dominicano. Al frente, en el atrio, hay dos muros revocados con adornos rojos que la separan del resto del parque. El frontis está adornado con columnas dóricas, un poco más claras que el resto de la estructura. Dos torres cuadradas con vitrales de cruces, y sin agujeros para que salga el sonido de las campanas, dominan la estructura, que consta de cinco puertas de cuatro paneles cada una, adornadas con cruces de color oro en el centro y rebordes del mismo color en los paneles.

Este templo no tiene puertas laterales, al estar ubicado varios metros por encima del nivel de la calle por un lado y tener la casa cural por el otro. Dos de las entradas están a los lados de la fachada, como si custodiaran a las otras tres, que están en el centro de la estructura, un poco mas hacia adentro, en una especie de porche sostenido por dos columnas.

La puerta central es de mayor altura que las otras cuatro, en ella se ven los tetramorfos, símbolos de los cuatro evangelistas tallados y pintados, y distribuidos de manera vertical en las dos alas de la puerta, separados pro una imagen de un barco: El águila de San Juan y el toro de San Mateo en la izquierda; el becerro de San Lucas y el león que representa a San Marcos en la derecha. Y así rodeado por los evangelistas se entra al templo, que tiene la estructura de los templos católicos, tres naves y un altar al fondo. Las naves de los lados no tienen sillas sino imágenes de santos, y funcionan como pasillos.

Nave central: lo tradicional
Al entrar, dos hileras de bancas dan la espalda a la entrada. La nave central, enmarcada por un arco enchapado en madera, está sostenida por columnas dóricas como las de la fachada. La poca luz que entra por los vitrales que muestran a los santos se refleja en los muros, pintados del color de la leche. Estatuas de santos adornan las paredes, al igual que el vía crucis, presente en todas las iglesias católicas del país. Del techo, un entramado de tablas que forman rombos sostenido por vigas, cuelgan lámparas.

El piso es un embaldosado de hace muchos años, se reconoce por su diseño con firuletes verdes y rojos. Si se entra por cualquiera de las dos puertas de los lados del frontis se encuentra con dos escaleras en espiral, una en cada puerta, que se retuercen como serpientes constrictoras y que llevan al segundo nivel, encima del porche de las puertas centrales, donde está ubicado un órgano. Estas escaleras, sin embargo, no son de acceso público, y están cerradas con candado.

En la parte delantera, un par de metros delante del altar, y en una de las columnas del lado izquierdo de la nave central, está el púlpito, una plataforma en la que solo cabe una persona, ubicada a un metro y medio del suelo, con techo gótico de madera blanca y dorada, y una baranda de mármol en la que reza la inscripción JHS, que rodea el lugar donde antaño los sacerdotes leían el evangelio, luego de subir por unas escaleras, también de mármol.

¿Bendición desde el mas allá?
Caminando por la nave izquierda se descubre una nave de tamaño reducido, separada del resto del templo por un muro de máximo un metro de alto, con un monumento en madera en estilo gótico-barroco. En el se encuentran el niño Jesús a la izquierda, la virgen María en el centro y a otra santa, con hábito de monja, a la derecha. Arriba, en el techo, hay un mural. Tres ángeles con coronas de laurel, las alas desplegadas arrojan rosas mientras vuelan delante de unas nubes y aparentemente del Sol.

Abajo en el piso, está a lo que le arrojan las flores: la tumba del presbítero Antonio José Gómez Aristizabal, nacido en 1881, ordenado en 1906, y fallecido en 1974, “Gratitud de la comunidad dominicana” reza la placa de mármol, ubicada delante del monumento de madera. Al frente de dicha placa se encuentra la pila bautismal, una estructura de mármol tallado cubierta con una tapa de bronce coronada por una cruz, como si al bautizar a los niños dominicanos también se pretendiera que Monseñor Antonio los bendijera desde el cielo.

Altar
Al fondo del templo está el altar, enmarcado por dos columnas de mayor grosor que las demás, y coronado por una cúpula. Está un poco más elevado que el resto de la iglesia, separado de la nave central por dos escalas, que tienen baldosas diferentes del resto de la iglesia.

Al fondo del altar está el retablo, una estructura de madera, construida en estilo gótico-barroco, que se evidencia en las terminaciones en puntas y arabescos, así como en el color dorado que contrasta con el de la madera barnizada. Allí hay siete santos. Santo Domingo de Guzmán en la parte superior, encima de La Virgen, Jesús y San José, cada uno en un cubículo. Y como base, otros cuatro santos y el sagrario, una caja de color oro con un dosel del mismo color bajo el que yace una cruz.

La mesa está en el centro del altar, cubierta por un mantel blanco. Un poco mas adelante y a la izquierda está la sede, una silla de madera recubierta con mármol, con un cojín a rayas. Al otro lado, a la derecha, está el ambón, una base de mármol blanco con una incrustación verde, coronado por una estructura del mismo color, en forma de libro, donde se lee la misa.

Al dar la vuelta para salir de a iglesia, desde el altar se aprecia la verdadera magnitud de este templo. Las columnas y arcos gótico-barrocos, los arabescos de las imágenes y el uso del color oro recuerdan la arquitectura de la época de Rembrandt, al igual que la poca luz que ilumina el templo de los dominicanos, reflejo de la tradición gótico-barroca y de la fe de los habitantes del municipio.

EL ÚLTIMO SASTRE

Son las 9:30 de la mañana y un sol abrasador calienta el paisaje de concreto de la carrera Carabobo , ahora convertida en pasaje peatonal. A pocos metros sobre esta carrera, entre la Avenida San Juan y la calle Amador, mas exactamente entre el Salón de Billares Aguadas y la entrada del Hotel Olímpico hay un techito verde que anuncia "Sastrería -Arreglos". Dos maniquíes modelan pantalones. Sobre el techito esta el aviso con el nombre del local: Sastrería J Aristi. Adentro, don José Aristides Ramírez Durango, dueño, desayuna calmadamente. Termina, y con el metro de modistería al cuello muestra su negocio y comenta sobre su oficio.

Don J Aristi
Don José Aristides es un hombre que aparenta unos 50 años, aunque pasa de 65, nacido en Bolívar, Antioquia. Casado, con cinco hijos. "Y con la sastrería los he criado a todos, claro que ya tres están grandes." De baja estatura, moreno, ojos cafés, pequeños, sin gafas. Con unas cuantas canas tanto en su corta cabellera como en su bigote. Vistiendo una camisa a cuadros, manga corta, y un pantalón, muy probablemente confeccionado por él mismo. "Yo llego a eso de las 6, 6:10... a las siete estoy subiendo la reja y me pongo a trabajar, a cortar, a recibir los clientes... a las 4 de la tarde me paso pa'l billar, juego un "chico", y vuelvo aquí, y esa es la rutina..."

Con calma, comenta que lleva casi 30 años trabajando en el sector, todo el tiempo trabajando sastrería, oficio que aprendió hace 42 años en Samaná, Caldas, y de allá viajó a Medellín, hace 33 años. Luego de vivir tres años en la ciudad se instaló en el sector de Guayaquil, a competir con otras 15 sastrerías del sector, de las que la suya es la única sobreviviente. Los demás, debido al aumento en el costo de los arriendos, se han ido. " LA sastrería ya practicamente son solo arreglos, la sobre medida es muy poca, uno vive de los arreglos. Ahora el que monte una sastrería se muere de hambre, porque ya son muy poquitos los que mandan a hacer un vestido".

El principio, y el hoy
Don José comenzó con una sola maquina de coser, que compró con dinero prestado, y pagando 100 pesos diarios de arriendo, en un local 16 pasos mas cerca de San Juan, pero que hace doce años se quemó. "El 20 de Julio fueron 12 años. Se metió un señor a robar y produjo un corto, y en el corto se quemó el. Aquí tambien hace cinco años tiraron una granada, y tuve pérdidas, pero he sobrevivido, he vivido una vida sana, trabajando, me he sostenido." Interrumpe su narración para entregar un pantalón azul muy oscuro a un hombre de unos 30 años. Se despide del hombre con una sonrisa y continúa su historia.

Dice que no hay futuro en la sastrería. Con nostalgia comenta que de las 15 sastrerías del sector hoy solo queda la suya. "Hace 15 años podían caer 20 vestidos durante el mes, hoy pasan seis meses y no cae ni un vestido, solamente arreglos." Según él, la confección de trajes va a decaer bastante, debido en parte a que se consiguen vestido alquilados por menos dinero, y simplemente "se lo pone, va a una fiesta con él, viene y lo entrega y listo, en cambio el que manda a hacer un vestido queda con el problema de que no va a poder estrenar otro día (risas), debe ponerse el mismo, ir con el mismo vestido."

Carabobo peatonal: pantano, pero mas seguridad
Durante las obras para hacer de la Carrera Carabobo un pasaje peatonal, no solo Don josé sino todos los locales de la cuadra se vieron afectados. Don José comenta, con una expresión que da a entender que no le agrada tener su pulcro negocio rodeado por una construcción. "Sufrimos mucho, esto era un pantanero completo porque nos tocó en invierno, pero no había conflictos ni nada con la gente de las obras, yo nunca llegué a tener problemas o roces. Uno les pedía que quitaran alguna cosa y ahí mismo. Para mi ellos se portaron muy bien.

El volumen de ventas, sin embargo, no ha cambiado, pese a que se ve mas gente. Para Don José la seguridad es un factor importante. "Es que uno tocarle ver como auna persona le sacaban los paquetes de los carros, eso era muy horrible, a los conductores los atracaban mucho, pero ahora tenemos una paz muy buena", la seguridad se ve, se ven policías y vigilancia privada pasando con regularidad. Según don José, hace mucho no se ve un robo, e invita a mirar el nuevo tráfico de la carrera. "Hay mas gente pasando, mas seguridad porque primero no pasaba la gente de la Alpujarra, o si pasaba era una persona como se dice muy atrevida o muy conocida, ya no, ya pasa todo el mundo por acá, les gusta."

Y así parece pues la cantidad de gente que va por el pasaje es sorprendente. Caminando sobre los adoquines de Carabobo se ven hombres cargado grandes rollos o cajas, jadeando y con los músculos tensionados; policiías que caminan con paso relajado; trabajadores de las nuevas construciones de la zona, con sus cascos blancos o amarillos; hombres y mujeres elegantes, que toman algo en las cafeterías o algunas mujeres que compran una joya o un artículo d ebelleza en uno de lso tantos locales del pasaje; jóvenes, ancianos, señoras que compran materiales para hacer artesanías; personas que venden café en cochecitos de bebé. Un hombre vende aguacates y guanábanas en una carreta pequeña.

Don José, con su sonrisa inagotable, contempla el nuevo tráfico de Carabobo, contento de que haya seguridad en el sector en el que trabaja desde hace 30 años, y en el que parece va a jubilarse debido a la escasez de trabajo. Pese a esto, a que hay gente que encarga un vestido y pasan varios años y nunca los reclama, a que de las 15 sastrerías J Aristi es la unica que queda, a que algún día "Tocará irse para que hagan un centro comercial aquí", don José sonríe, con esa sonrisa que solo se ve en aquel que ama lo que hace, pues bien lo dice Facundo Cabral: "Aquel que trabaja en lo que no ama, aunque lo haga todo el día, es un desocupado"

LA MANO DE LA CONCIENCIA

La cinta de anime del año 2000 Vampire Hunter D: Bloodlust es la secuela de la del año 1985 con el mismo nombre (solo que sin el Bloodlust) del director Toyoo Ashida. Pese a ser historias diferentes, no dejan de tener su relación y puntos en común. Lo primero, obviamente, es su protagonista, D, un cazador Dhampir (Hijo de un vampiro y una humana) y el parásito que vive en su mano izquierda, además de que la historia es muy similar: el cazador de vampiros solitario, que todo el mundo rechaza por ser un dhampir, que debe cumplir una misión por una cantidad de dinero. Nos ocuparemos de la segunda. Y para ello lo primero es hablar del director.

YOSHIAKI KAWAHIRI nació en Yokohama en 1950. Después de graduarse de la Escuela secundaria de Yokohama en 1968, empezó a trabajar en las Producciones de Mushi, la primera y más renombrada compañía de producción de animación de Japón. En 1972, se unió al nuevo estudio de animación Madhouse. Inicialmente, trabajó como artista clave en la animación de la serie de la televisión Ace Wo Nerae (Apunta Para el As). En 1984, hizo su debut como director con Lensman, pero el proyecto que lo catapultó al reconocimiento mundial fue la extremamente exitosa Wild City, que es actualmente uno de los títulos más populares en el mercado del anime americano.

La cinta transcurre en un futuro lejano, donde los vampiros están al borde de la extinción y hay cazadores de recompensas, que los cazan por dinero. D es uno de ellos, pero el ser Dhampir lo hace especial pues es mitad vampiro. Todo comienza cuando Meier Link, el vampiro, rapta a Charlotte, una joven aristócrata. El padre de ésta contrata a D y a los hermanos Markus para cazar a Meier y recuperar a Charlotte, viva o muerta. Sin embargo lo que nadie sabe es que la joven y el vampiro se aman, y bueno, la historia del amor imposible… el caso es que comienza una competencia entre D y los hermanos Markus por la recompensa.

Conciencia zurda
Aunque en ambas cintas aparece, es en la segunda donde tiene más participación, por ello es mejor hacer referencia a esta, además de su calidad gráfica y la variedad y de los personajes. Nadie sabe como D lo obtuvo, de donde vino, si es genética o simplemente un giro del destino. En su mano izquierda vive un organismo parásito que simplemente se llama “mano izquierda” que tiene la forma de un rostro humano y que es, en cierta manera, la coprotagonista del film. Actúa como la voz de la conciencia, aunque a veces es una conciencia incluso más oscura que el mismo D.

Si bien su participación es poca, al ser la voz del sentido común de D, le da consejos, buenos y no tanto, que hacen reír o pensar “la Mano tiene razón”. Ejemplo: al iniciar la cacería, la Mano le advierte a D respecto al “síndrome del calor”, una especie de enfermedad que puede dejarlo “como carne cocida”. O bien pueden ser intervenciones humorísticas, como en la escena donde deben cruzar un desierto lleno de “mantarayas del desierto”, (que son como las marinas pero nadan en la arena y salen de ella volando), en la que la mano exclama “Se que soy un parasito, pero siempre he sido un parásito muy útil”, advirtiéndole a D que es una locura lo que va a hacer. Aunque la Mano tiene su lado… maligno, pues intenta incitar a D a que beba la sangre de Leyla, una cazadora que forma parte del equipo Markus, o haciendo comentarios morbosos ante la posibilidad de que Charlotte y Meier Link conciban a otro niño Dhampir como D.

En definitiva, el segundo personaje, que lleva un hilo conductor de Vampire Hunter D: Bloodlust es la Mano Izquierda, pues sin ella muy probablemente D moriría, por varias razones: Es consejera, es compañera, y se traga hechizos y casi cualquier cosa que pueda lastimar a D. Esas tres razones son suficientes, después de todo, la mano es el sentido común, la conciencia de D, que no es tan malo como parece. O como ella misma dice: “No eres malo, solo te vistes mal”.

23

Chernobil, Ucrania. Se atendía una fisura en el reactor nuclear número 4. En Libia era bombardeada la casa del dictador Moammar Khadafi. Itagüí, Antioquia, Colombia: Nacía yo, en la clínica Santa María del Rosario, ese domingo 27 de abril de 1986 a las 7:45 AM.

La labor de parto de mi madre, Magdalena, comenzó mas o menos a las cinco de la mañana, coincididendo con tres homicidios en el Área Metropolitana, y fue relativamente corta, solo dos horas y media. "Por poquito y nace en la casa"como ella misma dijo. Y habría sido así de no ser por un Dodge modelo 1854 llamado cariñosamete "El Tren de Seis", propiedad de mi abuelo paterno, Bernardo, que nos llevó desde la casa unbicada en el barrio Santa Catalina hasta la Clínica. Luego de esas dos horas y media mi madre pudo sostener entre sus brazos a ese bebé que aunque feo, era su hijo. Ya el nombre estaba escogido, mi madre tenía dos opciones: si era una niña sería Jennifer, y si era niño Jonathan, ambos tomados de la serie "Los Hart Investigadores" (Hart to Hart en inglés), de la que mamá era ferviente seguidora.

Mis abuelos estaban felices. Los paternos, Elvia y Bernardo (que acompañaron a mis padres en la clínica) porque era un nuevo nieto; y los maternos, Margarita y Darío, porque era el primero. Mi abuela MArgarita y mis tíos César y Margarita llegaron a eso de las tres de la tarde, mientras se trasladaban de Inglaterra a Francia los restos de la duquesa de Windsor, que había fallecido el día anterior. Mi abuelo Darío solo pudo conocerme tres días después, ya que se encontraba trabajando fuera del departamento. Mi bisabuela Susana, con quien compartiamos la casa "no se cambiaba por nadie" según dijo mi madre.

Sin embargo tres meses después enfermé de bronconeumonía. Y casi no cuento el cuento. Me recuperé, con una secuela de asma que me duró hasta los 16 años. Por ello mi infancia no fue como la de cualquier niño, al no poder correr o salir a corretear con otros niños. Comencé a leer y me volví un lector compulsivo, y llegado el momento, un amante de los videojuegos. Pero eso, como dicen, es otro cuento.