lunes, 13 de abril de 2009

“LAVARLE LOS PIES AL OTRO ES AYUDARLO”

Jueves 9 de abril, 4:05 PM. En la cancha del barrio Bariloche, ubicado en el sur del municipio de Itagüí, Antioquia, Colombia, se va a celebrar la misa del Lavatorio de los Pies. Hace mucho sol, pero los feligreses, en su mayoría parejas de ancianos, aguantan estoicamente o se cubren con sombrillas, que más tarde les servirán para la lluvia, pues una enorme nube negra se cierne sobre el barrio.

El lavatorio de los pies es una representación de lo que hizo Jesús en la última cena al lavar los pies de sus apóstoles, en señal de humildad y sacrificio. En la celebración litúrgica los apóstoles son doce hombres de pantalón negro y camisa blanca, sentados alrededor de una mesa grande y cuadrada que tiene unos panes y uvas. La misa comienza con un canto alegre, hecho por un coro algo desafinado compuesto de tres mujeres y un hombre que toca una organeta.

Primeras lecturas
“Ay, si quiera que llovió temprano mija”, le comenta una señora a otra, mientras abre su sombrilla para protegerse del sol. “Si – contesta la otra – porque yo me vine pa’ acá porque es que ese padrecito de San Francisco es tan aburridor, todo regañón…”. La ceremonia comienza normalmente, como cualquier misa. Un caballero de traje gris hace, tartamudeando, la primera lectura. Unos niños se burlan entre dientes de su tartamudeo, y son regañados por sus madres. El hambre no encaja con su traje, pues los demás integrantes del servicio están de pantalón negro y camisa blanca. Al parecer se siente honrado y quiere lucir sus mejores galas para leer dos minutos, la lectura habla de la marca que hicieron los israelitas en sus puertas con sangre, mientras estaban esclavos en Egipto.

Evangelio: Lavar es ayudar
El salmo pasa sin trascendencia. La segunda lectura es básicamente lo que se dice en la homilía: el cuerpo y la sangre de Cristo representados en el pan y el vino. Luego, el evangelio, donde narran el episodio del lavatorio. Las personas de edad avanzada, y otras más jóvenes pero igual de fervorosas, parecen en un éxtasis contemplativo al ver al sacerdote leyendo y explicando posteriormente el evangelio.

El padre es un hombre de unos 40 años, gordo, alto, con una voz similar a la del presidente Uribe; y explica: “lo que representa lavarle los pies al otro es esforzarse, ayudar, servir, aconsejarnos los unos a los otros, eso, hermanos míos, se complementa con el mandato divino de amarse los unos a los otros, dado por nuestro señor en la última cena, porque la última cena fue la institución de la sagrada eucaristía…" - Se detiene un momento para tomar aire, pues mueve bastante las manos y se expresa con gran energía – "…Por eso no debemos perdernos la misa dominical, y mucho menos por cosas menos importantes como un partido, o por pereza; pues es recordar, rememorar la última cena que tuvo Jesús con sus apóstoles…”. Hasta de historia se aprende en una misa. Los fervorosos están al borde de las lágrimas, pues el sacerdote habla con pasión y con propiedad.

A lavar
Son las 4:35. El sacerdote anuncia que va a proceder a lavar los pies de los apóstoles, tal y como lo hizo Jesucristo. Se quita la túnica adornada y con la ayuda de dos acólitos lava los pies izquierdos de los doce hombres. Los moja, los besa y luego los seca con una pequeña toalla. Repite lo mismo doce veces en un proceso que si bien no es difícil, se ve algo tedioso. Mientras el padre hace esto, la gente más fervorosa ora, los niños se acercan a mirar, un joven moreno toma fotos al parecer para registro de la parroquia, y otros aprovechan para comprar un helado o conversar un poco. “Vea que tan bonito, si quiera no llovió…”, comenta una señora de unos 70 años, que se tiene en pie ayudada por un bastón, a lo que un joven responde, señalando hacia arriba: “Pues si llueve, ya no les lavan los pies, sino todo el cuerpo, porque va a llover durito”, se ríe y se va a comprar un helado. La señora no oculta su disgusto y sigue mirando desde la multitud el mecánico movimiento del sacerdote.

Lluvia para terminar
A las 4:45 el sacerdote termina de lavar los pies, se vuelve a poner su túnica y prosigue la misa normalmente, como cualquier otra misa. El sol se oculta tras la nube que cada vez está más oscura, y las sombrillas se cierran. Un niño comienza a llorar, y comienzan los “chsst” de uno y otro lado, mientras el sacerdote continúa la eucaristía como si nada pasara. A las 4:50 se da la comunión, mientras el desafinado coro entona una canción movida. 15 minutos después, y mientras comienzan a caer goterones, la misa se concluye con el traslado en procesión del Santísimo a la capilla, que no es más que una casa vieja. Comienza a llover más fuerte. Los más fervorosos siguen al sacerdote en el recorrido de una cuadra, los menos simplemente se van. El padre entra a la capilla seguido por el séquito de unas 100 personas, mientras afuera llueve aún más fuerte durante otros 15 minutos, para escampar súbitamente, coincidencialmente cuando la gente la gente comienza a salir de la capilla.

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